Hijitos
Míos, cada día os veo en vuestro ir y venir con vuestros problemas y tribulaciones
y creed que Yo vuestra Madre intercedo constantemente por vosotros. Yo, María Santísima,
os hablo.
Sois almas
redimidas con la Preciosísima Sangre de Mi divino Hijo, almas que le costaron toda
clase de tormentos y aberraciones que le hicieron y que la mayoría de ellas no
están puestas en los Evangelios. Mi Hijo, el Buen Pastor, se convirtió en un
Varón de dolores (Isaías 53,3) y todos ellos a cual más atroz, pues hasta los
niños le escupían y le blasfemaban. ¿Decidme si no es doloroso contemplar así a
todo un Dios que además era Mi Hijo? No hay palabras para expresar adecuadamente
lo que fue la Pasión para Mi Hijo y para Mí tanto físicamente como moralmente,
en el cuerpo y en el alma, porque Yo padecí todos Sus tormentos místicamente y
después los he revivido en Mi vida cada día. Yo, María Santísima, os hablo.
Vosotros
os quejáis por vuestras tribulaciones, muchas de ellas pasajeras y casi
efímeras. Os quejáis del calor, de la sed, de los dolores, de las molestias
físicas, de las limitaciones, pero hijos, recapacitad un poco y pensad lo que
en unas horas padeció Mi Hijo, mucho más que vosotros a lo largo de toda
vuestra vida. Tenéis que asemejaros a Él en el sufrimiento y sobrellevarlo con
paciencia y amor. Mi Hijo con la lengua seca en el paladar (Salmo 22,15) por la
sed y la fiebre alta que le vino. Su agonía fue terrible, algún día lo comprenderéis
en la otra vida, porque en esta no hay lenguaje para expresar tanta amargura y
tanta ignominia.
Toda la
ira y desprecios de Sus enemigos se concentraron en su santísimo Cuerpo. Le
tiraban de los cabellos, de la barba con saña y odio mortal hacia Él, que había
pasado Su vida haciendo el bien, y todo el afán de ellos era arrancarle la
lengua que tantas veces les dijo la verdad a esa gente que no querían saber
nada de las enseñanzas de Mi Hijo y que lo despreciaban precisamente porque les
descubría sus falsedades y sus mentiras, ante la sociedad en que vivían. Pero
también hijos, lo abofetearon y escupieron muchos de los que El les hizo el
bien, aunque muchos de ellos se convirtieron después de Su muerte porque comprendieron
la injusticia y el error en que habían incurrido. Yo, María Santísima, os hablo.
Por
tanto, hijitos Míos, pequeñuelos de Mi Corazón, no os quejéis tanto y ofreced más
a Dios vuestras tribulaciones. Y no solo aceptadlas, sino recibidlas con
beneplácito y dignidad. Yo, María Santísima, vuestra Madre os hablo y os
instruyo. La paz de la Santísima Trinidad esté con todos vosotros.
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