Hijos queridos de Mi divino
Corazón. Muchos estáis esperando el aniversario de Mi nacimiento con verdadera
fe y emoción. Yo, Jesús, os hablo.
Pues si vosotros, hijos, que sois
pecadores tenéis ese anhelo de que llegue el día de Mi nacimiento, imaginaos el
anhelo, la fe y la emoción que sentía Mi Madre, sabiendo como sabía que el Niño
de sus entrañas era el mismo Dios. Lo mismo Mi padre José que no sabía que
hacerle a Su esposa santísima para que estuviera lo más cómoda posible y para
que Mi nacimiento fuera lo más digno a Mi divinidad. Pero ellos eran para Mí lo
mejor de este mundo, ya que ambos eran santísimos y tenían una fe sólida y única
y Me esperaban como hijo y a la vez como Dios. Yo, Jesús, os hablo.
Ellos deseaban abrazarme y
tenerme en Sus brazos y a la vez deseaban adorarme. El Mesías anunciado y esperado durante
tanto tiempo, estaría en breve tiempo en
Sus manos y, este misterio de amor por Mi parte y por la de ellos, es algo que muy
pocos profundizáis en estos días navideños, en lo que tanto se paganiza uno de los
misterios más grande de Mi vida. Así que hijos, os agradezco toda la fe y el
amor que Me ofrezcáis, son dones inestimables, únicos y es lo que más deseo.
Sed vosotros para Mí y para Mis amadísimos padres, los pastores que os
acerquéis a Mi cunita y Me ofrezcáis dones materiales, sí, pero también dones
sobrenaturales, porque Yo siendo verdadero Hombre, Soy también verdadero Dios.
Yo, Jesús, os hablo.
Si ya el nacimiento de un
bebé en las familias supone una alegría inmensa nazca en la época que nazca,
imaginaos el nacimiento de un Niño Dios para Mis padres, que enmudecían ante tanta
grandeza y se quedaban atónitos sin saber que decir al Padre Eterno ante este nacimiento
que se celebraría durante siglos en el mundo entero. Yo, Jesús, os hablo.
También en el Cielo los Ángeles
rebosaban alegría y cantaban himnos de alabanza a Mi divinidad y, todas las
almas de los difuntos que habían sido justos en la vida y que esperaban
ansiosos este día porque era para ellos el comienzo de su liberación. Dadme
gracias, hijos Míos, porque tenéis la suerte de que os haga participar de este
misterio -aunque no siempre lo viváis- con la dignidad y sublimidad que se
merece. Yo, Jesús, os hablo y os instruyo. Paz a los hombres de buena voluntad.
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