Hijos Míos, que cada día
libráis batallas sin tregua alguna, venid hijos, venid a Mí que estoy deseando
de daros Mi paz y Mi amor. Yo, Jesús, os hablo.
Cuantas lágrimas derramáis
a escondidas pero que Yo las veo. Cuantas penas sobrelleváis con la familia,
con el trabajo, con las injusticias que os hacen. También vosotros sacerdotes sufrís
la injusticia y la incomprensión dentro de vuestro entorno, por vuestros mismos
compañeros de ministerio y por vuestros feligreses. Pero Yo veo vuestros
corazones, vuestras rectas intenciones, vuestros verdaderos deseos de darme
gloria y amor y eso no se Me escapa. Venid a Mi Sagrario y contadme todo como
si Yo no lo supiera, todas vuestras penas y amarguras, porque os sentiréis
aliviaros de descargarlas en Mi divino Corazón.
Yo Soy un Dios de
amor y nada deseo más para Mis almas que el amor, la paz, el gozo, la fortaleza.
Pero vosotros tenéis que colaborar y ofrecedme vuestras amarguras para que Me
sirvan para otras personas que como vosotros sufren y sufren y nadie reza por ellas.
No se pierde ni uno solo de los sufrimientos que ofrecéis, Yo lo recojo todo y
Mi Santa Madre Me los presenta y los aplica a las muchas necesidades que hay en
el mundo y en la Iglesia Católica.
No desfallezcáis por
las pruebas que os vienen y que parecen que nunca van a terminar. Os acostáis y
cuando os levantáis, de nuevo empieza la batalla, y parece que nunca va a tener
fin. Hijos, el sufrimiento bien llevado y ofrecido os santifica inmensamente.
Es la mejor penitencia que podéis ofrecerme, pero también deseo que tengáis paz
y vengáis a Mi Sagrario a contarme vuestras amarguras para que salgáis reconfortados
del rato que estéis Conmigo. Yo os escucho y os doy Mi gracia para que podáis resistir.
El Maligno desea hundiros, pero el Maligno Conmigo no puede y si os arrimáis a
Mí él terminará huyendo porque Mi presencia no la soporta ni la de Mi Santa
Madre a quien odia enormemente.
Acudid a María Santísima,
Madre de Dios y Madre de las almas, Ella os espera con los brazos abiertos. Estad
también un ratito a Su lado contándole vuestras penas y Ella también os reconfortará,
porque aunque no os hablemos con la voz, en el corazón os daremos paz y
fortaleza, y si os acostumbráis a venir al Sagrario a contar vuestros
sinsabores, cada día más necesitareis acudir por el beneficio que vais recibiendo
en el interior de vuestras almas. Los grandes santos padecieron mucho pero
supieron buscar el consuelo en el Sagrario, en la Eucaristía, en los Sacramentos,
sin ellos, la mayoría no hubieran podido aguantar las terribles batallas y tentaciones
que padecieron y que les alcanzaron el grado de gloria que hoy tienen. Yo, Jesús,
os hablo y os instruyo. Mi paz a Mis verdaderos hijos y pequeñas almas que
están padeciendo.
Es increíble la concordancia de estos mensajes con mi cotidiana vida terrenal espiritual.
ResponderEliminarGracias
Bendiciones.